martes, 29 de junio de 2010

«Impasse» en Montmartre, París




Pese a que el latifundio arquitectónico parisino encarna la peor pesadilla de cualquier agorafóbico, por más extensión que ofrezca la ciudad al caminante, uno se siente muchas veces como encerrado en un callejón sin salida, en un impasse en el que resulta tan difícil proseguir el camino como desandar las distancias; París, en su esencia, puede ser igual de espantoso para un claustrofóbico que para un agorafóbico.

Por tanto, la voz francesa impasse describe París con justicia, si exceptuamos sus malos usos en castellano. No es infrecuente emplearla con las acepciones de «compás de espera» o de «punto muerto», como recoge WordReference. El Diccionario de la Real Academia Española todavía no la registra en sus páginas, sí la locución sustantiva «punto muerto», pero si nos atenemos al significado exacto de impasse, que es sinónima de la expresión «cul de sac» -culo, fondo de un saco-, la traducción más rigurosa es «callejón sin salida»; «punto muerto» no es sólo imprecisa, sino que atañe en poco o nada al verdadero referente de la palabra francesa. Un proceso de negociación, por ejemplo, entra en un impasse cuando adopta unos términos que impiden superar el propio proceso.

¿Cómo es un impasse? ¿Es leyenda o actualidad? ¿Existieron alguna vez? ¿Existen todavía? Son las preguntas más corrientes acerca de los impasses. En la elevada barriada de Montmartre, orilla derecha del Sena, a 280 metros de la onerosa catedral de Sacre Coeur y a 66 de la Place du Tertre -donde los artistas ventilan su inspiración al aire libre-, sale de la calle Norvins -referencia a los vinos del norte de París- el Impasse du Tertre, de unos quince metros de largo:






La muchacha argentina que me sacó del impasse en el que andaba metido en Montmartre, cuando no era capaz de encontrar el viejo cabaré Lapin Agile. Fumaba un cigarro que me pidió. No recuerdo su nombre.


La capital del Hexágono suscita las impresiones que suscita un laberinto, aunque un laberinto bullicioso, populosísimo y plurirracial, intrincado sobre todo por sus sucesivos kilómetros, pero en ocasiones además por el fatigoso trazado callejero. El más laberíntico arrenger -distrito- de París quizá sea el décimo octavo, que comprende en sus límites el antiguo pueblo de Montmartre, famoso en el pasado por sus ricos pastos y sus feraces viñedos. Frente al legendario cabaré Au Lapin Agile -El Conejo Ágil- brota el último campo de vid de Montmartre, en la esquina que recortan la Rue Saint-Vincent y la Rue des Saules, que además alberga el Musée de Montmartre.







Si París entera prodiga los deleites de la vista, una visita a la Ciudad de las Luces bien merece una jira, por ejemplo en Montmartre. Esta afirmación puede parecer fortuita, pero las jiras o picnics -pique-nique, como se escribe académicamente en francés, que significa comida campestre- son la opción más parisina de disfrutar un domingo sin la necesidad de encerrarse en casa. Montmartre esconde umbríos y agradables rincones en los que saciar el apetito del almuerzo, pero sin duda una de las mejores opciones para hacerlo son los jardines de las Tullerías, también a la orilla derecha del Sena, que continúan el barroquismo del Museo del Louvre hacia el oeste. El esplendor de los Campos Elíseos tampoco es una mala elección. Ambas localizaciones, sin embargo, podrían convertirse en las peores pesadillas de todo agorafóbico por sus incalculables extensiones:








Arriba, superpuestos en la perspectiva, la fuente en el confín de las Tullerías, el obelisco de la Plaza de la Concordia y, ladeando sus líneas, las pilastras del Arco del Triunfo. Unos tres kilómetros separan ambos extremos. Abajo, todo el esplendor de los Campos Elíseos, con su remate triunfal en la antigua Plaza de l'Etoile, hoy Plaza de Charles de Gaulle. Bien podría no haber habido espacio en ella en 1805 para construir el arco que conmemoraría la victoria de Napoleón frente a rusos y autríacos en Austerlitz, puesto que en 1758 el arquitecto Charles Ribart había proyectado para la misma plaza este Elefante del Triunfo:
 





Ilustración tomada de Wikipedia.

En cualquier caso, de lo que siempre podemos estar seguros es de que «Paris vaut bien une messe» -«París bien vale una misa»-, como afirmaba convencido alguien muy docto en cuestiones y costumbres parisinas: Enrique IV de Francia.


martes, 22 de junio de 2010

Ser princesa de Suecia: «circenses sine panem»

 


Ser princesa de Suecia es ser víctima de las circunstancias. Ser Victoria de Suecia es ser cómplice de las circunstancias. Ambos casos replican la dualidad que conforman las ideas perpetuas, perfectas y sus incontables copias vivas, imperfectas. Platón. Partiendo de la perspectiva que ofrece la noción de karma, conviene señalar, en descargo de esta entrada, que no es más que uno de los efectos de la causa Victoria.

Algunas evidencias de las toneladas de caspa que anegaron el circo sin pan de la boda entre la princesa vikinga y su ex preparador físico, Daniel Westling:




Burguesía achicada sin proscribir. Prerrogativa pestilencial.




Descaro de intolerable mojigatería. Hadanesca ensoñación aberrante.




 Popularidad congénita. Circenses.




Acicalada hediondez de la deposición decimonónica. Romanticismo.




Victoria de Suecia; Daniel Westling, especie de mellizo de Willem Dafoe, ataviado con impertinentes de factura postmoderna. Sonríen y saludan a la entretenida plebe.



Fotografías tomadas de El País, aquí.


domingo, 20 de junio de 2010

Quiasmo en Movimiento 31




Como puede apreciarse, Movimiento 31 ha decidido remozar su aspecto en aras de un mayor atractivo visual y una mayor facilidad de lectura. El cambio recuerda a una figura retórica conocida como quiasmo, pues en lugar de negro sobre blanco, la secuencia metonímica para las nociones de letra y papel adopta el orden inverso: blanco sobre negro. El quiasmo es una «figura de dicción que consiste en presentar en órdenes inversos los miembros de dos secuencias», define el DRAE. En genética, la palabra quiasma alude al entrecruzamiento entre las cromátidas de un cromosoma.

El vocablo procede del griego clásico «χιασμός» ['χias'mos], con el significado de «disposición cruzada», como la de la letra «ji» -χ-, que a través del latín entregó al romance castellano el fonema ka (velar, oclusivo, sonoro* [k]), en palabras como «Cristo», «quiasmo» o «caos»; y a través del griego clásico, el fonema ja (velar, fricativo, sordo** [χ]), en voces como «Jerjes», «geriatría» o «Jenofonte». Ciertos neologismos creados con étimos griegos han conservado la letra «x» en términos como «xenofobia» [kseno'fobia], que en rigor debería escribirse «genofobia» y pronunciarse como [χeno'fobia], con el sonido velar, fricativo, sordo.

La grafía «x», derivada en último término de la «χ» griega, tenía en el castellano preaurisecular una pronunciación prepalatal, fricativa y sorda [š]. Con ella se fue confundiendo su equivalente sonora [ž], que se representaba con las letras «j» y «g»; pronto surgió la necesidad de distinguir ese sonido [š] del alveolar, fricativo y sordo [s] y se retrajo el punto de articulación hasta el velo del paladar. Surgió así el alófono velar, fricativo y sordo [χ] de palabras como juego, mujer, manjar o boj, que terminó por imponerse al antiguo alófono prepalatal. Antonio de Nebrija (1441-1521) reconoce que en su tiempo la distinción ya había desaparecido. Publicó su Grammática en 1492.



 

A la izquierda, portada de la Grammatica de 1492; a la derecha, Antonio de Nebrija en su escritorio. Tomadas de aquí y aquí.



 

Antiguo aspecto del blog, creado en febrero de 2008. 


Arroja otra peculiaridad este proceso de asimilación fonológica. En regiones como Andalucía o Extremadura, en las que existía el sonido fricativo, glotal y sordo [h], la h aspirada procedente de la f- de los étimos latinos (farina = harina; ferire = herir), el sonido [χ] también se hizo glotal y aspirado, de forma que palabras como «humo» o «herida» se pronunciaban «jumo» o «jerida». En América, salvo zonas del Caribe como República Dominicana, donde se puede escuchar «juye» en lugar de «huye», la contienda glotal-velar tuvo como vencedor el alófono velar. 

Estos cambios se produjeron entre los siglos XVI y XVII, pero aún perviven algunos registros. La «x» se mantiene como arcaísmo ortográfico, por ejemplo, en palabras como «Texas» o como «México», grafía que prefieren sus naturales frente a la de «Méjico» por razones histórico-identitarias. En 1815, la octava edición de la Ortografía de la Real Academia Española asigna la forma «x» al fonema /ks/ de «examen» y la «j» al fonema /χ/, terminando con la alternancia de ambas y dando el remozamiento definitivo al sistema ortográfico español.

Dice Rafael Lapesa (1908-2001), 1981: «La igualación de ambas sibilantes [/š/ y /ž/] no se produjo sólo en castellano, sino también en asturiano y reductos occidentales leoneses (xudíu, xineru, xente, dixo, baxu, páxaru), así como en gallego (xudeu, xaneiro, xente, dixo, baixo, páxaro)». En este idioma, la letra «x» se pronuncia todavía como prepalatal, fricativa y sorda [š], al igual que la grafía «sh» inglesa de «show», por ejemplo en «Sanxenxo», y se traslada al castellano como «j» (velar, fricativa, sorda [χ]): «Sanjenjo». Verbi gratia, el nombre del secretario general de Comisiones Obreras, el galaico Ignacio Fernández Toxo, se debe pronunciar y escribir en castellano como Ignacio Fernández Tojo.

Por tanto, el nuevo diseño de este blog altera la secuencia negro sobre blanco hacia blanco sobre negro, en dirección χ. Se vindica así el carácter retórico y figurativo de Movimiento 31.


* Sonido sonoro: aquel en que vibran las cuerdas vocales al paso del aire.
** Sonido sordo: aquel en que no vibran las cuerdas vocales al paso del aire.
N.B.: los corchetes [  ] señalan la transcripción fonética de una palabra, su pronunciación.

Rafael Lapesa, Historia de la lengua española, Ed. Gredos, Madrid: 1981, décima reimpresión.
Juana Gil Fernández, Los sonidos del lenguaje,  Ed. Síntesis, Madrid: 1999, quinta reimpresión.