La crisis financiera que ha desatado tantas dolencias cardíacas en todos los paralelos y meridianos del globo terráqueo ha puesto en entredicho el sexto principio de la disciplina económica: "Los mercados normalmente constituyen un buen mecanismo para organizar la actividad económica"*. Gregory Mankiw (Trenton, Nueva Jersey, Estados Unidos, 1958), profesor de Economía de Harvard, lo describe así en su obra divulgativa Principios de Economía (2006): "En una economía de mercado, las decisiones del planificador central [Estado, ejemplificado con el modelo comunista] son sustituidas por las decisiones de millones de empresas y de hogares. Las empresas deciden a quién contratan y qué producen. Los hogares deciden en qué empresas trabajan y qué compran con sus rentas"**. Este modelo económico, según explica el profesor Mankiw, tiene algo de asombroso, puesto que "a pesar de que la toma de decisiones está descentralizada y que los que toman decisiones buscan su propio provecho, las economías de mercado han demostrado ser capaces de organizar con notable éxito la actividad económica de una forma que promueve el bienestar económico general"***.
Sin embargo, la existencia de ciclos económicos pone en tela de juicio este principio, dado que sus nadires son consecuencias de excesos sobrepuestos en algún punto del sistema. Hoy resulta evidente que la economía, ciencia humana y disciplina tejida a través de un método empírico, no ha sabido contrarrestar por sí sola los excesos financieros cometidos por un extenso conjunto de bancos, principalmente estadounidenses. La feroz recesión que se ha instalado en Occidente -comparada por la prensa económica en muchos aspectos con la Gran Depresión que siguió al crac de 1929- deviene de la brutal contracción del crédito en que han acabado degenerando los citados excesos. Por cómo se han desarrollado los acontecimientos, cabe afirmar que el sistema económico se ha tambaleado cual castillo de naipes.
Sin embargo, la existencia de ciclos económicos pone en tela de juicio este principio, dado que sus nadires son consecuencias de excesos sobrepuestos en algún punto del sistema. Hoy resulta evidente que la economía, ciencia humana y disciplina tejida a través de un método empírico, no ha sabido contrarrestar por sí sola los excesos financieros cometidos por un extenso conjunto de bancos, principalmente estadounidenses. La feroz recesión que se ha instalado en Occidente -comparada por la prensa económica en muchos aspectos con la Gran Depresión que siguió al crac de 1929- deviene de la brutal contracción del crédito en que han acabado degenerando los citados excesos. Por cómo se han desarrollado los acontecimientos, cabe afirmar que el sistema económico se ha tambaleado cual castillo de naipes.
El secretario del Tesoro estadounidense, Timothy Geithner, en confidencia con Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal.
Foto tomada de aquí.
De esta forma, un solo factor económico, muy concreto, se bastó por sí solo para mandarlo todo al garete. Si falla un punto, se quiebran todos los órganos del sistema, aun los que no tienen responsabilidad: la relación de deudas que alimentaba el libre mercado cortó su marcha tras la explosión subprime y, con ello, la de la multitud de empresas y hogares en todo el mundo. El aumento del paro, el estancamiento de la actividad económica y la destrucción del Producto Interior Bruto son consecuencias colaterales de esta cadena de desaguisados.
Como reacción a esta colección de problemas, el agente centralizador de las economías, el Estado -siguiendo las directrices de Mankiw-, se vio en la coyuntura de sacar las manos de los bolsillos para entregar pródigas limosnas y, parece que, por fin, para cambiar decididamente las reglas del juego. Por añadidura, da la impresión de que se han subido ya algunos peldaños de la escalera del cambio. Por citar un ejemplo, el pasado mes de marzo, el Tesoro estadounidense anunció la elaboración de una nueva regulación de los mercados financieros, los del sambenito precisamente. Fue un paso en la creación de nuevas normativas económicas.
Hoy la agencia Bloomberg recogía entre sus breaking news (últimas horas) la noticia de que la SEC (Securities and Exchange Commission, órgano homólogo de la CNMV) pretende abordar dos cuestiones largamente discutidas a lo largo de la crisis económica. Primero, la prohibición del flash trading (cruce rápido de miles de órdenes en el ámbito del trading financiero), dado que otorga injustas ventajas a determinados agentes mercantiles como gestoras o fondos de inversión libres (hedge funds). Se pretende permitir a los pequeños inversores disponer de información las órdenes una "fracción de segundo antes que el mercado". La segunda cuestión es la propuesta de una nueva normativa que regule la actividad de las agencias de calificación de crédito, a fin de impedir que vuelvan a malinterpretar los riesgos de invertir en títulos potencialmente tóxicos. En el momento de publicarse esta entrada se estaba votando dicha propuesta, aunque su aprobación exigirá una segunda vuelta.
Como reacción a esta colección de problemas, el agente centralizador de las economías, el Estado -siguiendo las directrices de Mankiw-, se vio en la coyuntura de sacar las manos de los bolsillos para entregar pródigas limosnas y, parece que, por fin, para cambiar decididamente las reglas del juego. Por añadidura, da la impresión de que se han subido ya algunos peldaños de la escalera del cambio. Por citar un ejemplo, el pasado mes de marzo, el Tesoro estadounidense anunció la elaboración de una nueva regulación de los mercados financieros, los del sambenito precisamente. Fue un paso en la creación de nuevas normativas económicas.
Hoy la agencia Bloomberg recogía entre sus breaking news (últimas horas) la noticia de que la SEC (Securities and Exchange Commission, órgano homólogo de la CNMV) pretende abordar dos cuestiones largamente discutidas a lo largo de la crisis económica. Primero, la prohibición del flash trading (cruce rápido de miles de órdenes en el ámbito del trading financiero), dado que otorga injustas ventajas a determinados agentes mercantiles como gestoras o fondos de inversión libres (hedge funds). Se pretende permitir a los pequeños inversores disponer de información las órdenes una "fracción de segundo antes que el mercado". La segunda cuestión es la propuesta de una nueva normativa que regule la actividad de las agencias de calificación de crédito, a fin de impedir que vuelvan a malinterpretar los riesgos de invertir en títulos potencialmente tóxicos. En el momento de publicarse esta entrada se estaba votando dicha propuesta, aunque su aprobación exigirá una segunda vuelta.
Logos de las principales agencias de calificación de deuda (Standard & Poor's, Fitch Ratings y Moody's). Su misión ha sido duramente cuestionada a lo largo de la crisis por la incapacidad que han demostrado a la hora de prever el colapso de algunas entidades, como Lehman Brothers, Bear Stearns o AIG, entre otros, o por malinterpretar la calidad crediticia de muchos productos financieros.
Logos tomados respectivamente de aquí, aquí y aquí.
Logos tomados respectivamente de aquí, aquí y aquí.
Ya se pregonó a bombo y platillo la intención de emprender iniciativas sobre estas directrices en aquellas rimbombantes operetas que organizó el G-20, de cuya primera reunión está próximo el primer aniversario. Pero, ¿estamos ante una sincera voluntad de cambio o ante el mismo galgo, con distinto collar? El jueves y viernes de la próxima semana se reúne de nuevo el G-20, esta vez en Pittsburgh, Pennsilvania (Estados Unidos).
* Gregory Mankiw, Principios de Economía, cuarta ed., Madrid: Paraninfo, 2008, pág. 7.
** Ídem, págs. 7 y 8.
*** Íd., pág 8.
4 comentarios:
Hombre, eso de que “Los hogares deciden en qué empresas trabajan y qué compran con sus rentas” suena muy bien, pero la verdad es que en estos tiempos recios, uno curra donde puede. El truco, como en “Matrix" está en creer que tenemos elección. El éxito al que apunta Mankiw es por tanto artificial: es un éxito programado. Voy más allá: incluso los ciclos de recesión están programados, para “purgar” el sistema de aquellos gigantes con pies de barro (Lehman) o aquellos que son demasiado pequeños para sobrevivir en la época de vacas flacas (todo un darwinismo económico, no exento de su rasgo manchesteriano), aunque ya vale de referencias “Wachowskianas”.
Las periódicas inyecciones de efectivo que ha llevado a cabo Helicopter Ben y su homólogo Europeo a los bancos ha endurecido ese barro, pero muchos de esos gigantes siguen siendo débiles.
A todo esto, en España (que está en la Champions, recuerde), ha iniciado un proceso de fusión de cajas. Esto es bueno por dos razones: la primera, acabar, a priori, con un órgano de influencia de las taifas nacionalistas y autonómicas, salvo, me temo en el caso Andaluz y Catalán. Los políticos seguirán influyendo, pero ya no será tan evidente. En segundo lugar, por un natural proceso de concentración de capital, que formarán organismos más sólidos que las muy frágiles cajas que hasta ahora conocíamos.
Se puede especular con que Obama ha vendido “cambio”, pero que al final el retoque financiero será cosmético. Le interesa no emprender aventuras legislativas (la muerte de Ted Kennedy le ha hecho perder mayoría en el Senado), sino consolidarse en el poder. Ya tendrá tiempo para crear un monstruo socialista, como el sistema de salud universal, que pretende.
Esta crisis, se lo comentaba a “micrófono cerrado” no tiene héroes, pero quizás un tecnócrata como Bernanke pueda hacernos capear el temporal. Al menos, de momento.
Confiar en que el mercado se autoregula viene a ser como confiar en que el mundo está bien hecho, que no existen las muelas del juicio ni los gusanos parásitos del ojo ni la apéndice. La naturaleza funciona muy bien, pero, aunque cuenta con tiempos larguísimos para regularse, ni siquiera ella es perfecta. Creer que el mercado se autoregula es un acto de fe. Una fe que, sin embargo, muy frágil, en el crack del 29 y en el que nos ocupa los mismos que acusaban a cualquiera que mencionara al estado de peligroso comunista, de la noche a la mañana, se dieron cuenta de que eran keynesianos.
Me he acordado de este artículo de Joaquín Estefanía, publicado en 2001, cuando Bush comenzó a ayudar a las empresas con dinero público tras la desconfianza en los mercados provocada por el 11 de septiembre y los primeros síntomas de la crisis evidente que se avecinaba, pero que pocos quisieron leer:
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Todos/eran/keynesianos/elpepiopi/20011015elpepiopi_8/Tes/
En efecto, don Miguel, los esfuerzos que se realizan desde esferas estatales tienen el regustillo amargo de par para hoy y hambre para mañana. En la reunión del G-20 que se cita en el texto, ya celebrada, la gran conclusión ha sido que seguirán por el mismo sendero, seguirán aplicando las medidas en vigor. Qué cachondos, es como decir: lo más seguro es que ya veremos. Es decir, que tristemente continuaremos en ese bucle interminable y la patata caliente pasará a los sucesores de los gobiernos actuales. Quiere esto decir, como usted juiciosamente indica, que "los ciclos de recesión están programados, para “purgar” el sistema de aquellos gigantes con pies de barro (Lehman) o de aquellos que son demasiado pequeños para sobrevivir en la época de vacas flacas (todo un darwinismo económico, no exento de su rasgo manchesteriano)". Celebro su comentario.
Por otro lado, Evil, es lamentable, como usted sugiere, el oportunismo (tan propio de la naturaleza del ser humano -eran tan débiles nuestros antepasados que tenían que ser oportunistas, ya carroñeros, ya fructívoros, ya herbívoros y así salimos omnívoros, como el cerdo...- Y tristemente a la naturaleza no le ha dado aún tiempo de desterrar de la conducta del ser humano esta bajeza). Gracias por la cita del artículo de Estefanía; es una gran aportación que sirve para refrescar memoria y desvelar la abyección de quienes gobiernan. Me quedo con la ironía que abre el texto: Disfrazados de honestos neoliberales, eran pérfidos neokeynesianos.
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