Dicen a través del diario The Telegraph los británicos, esos a los que tanto palurdo ignaro llama hoy aliados y vecinos amistosos sin siquiera conocer su saldo negativo de victorias militares contra España, que el himno del Reino es el cuarto peor de los doscientos cinco presentes en los Juegos Olímpicos. Solo son peores el de Corea del Norte, Uruguay y Grecia.
Escudan los británicos su ataque al símbolo musical de España en que «es uno de los himnos más antiguos, que data de 1761. Su problema es la ausencia de letra.» No se halla excusa más fortuita para la espasmódica rabieta de un looser impepinable. La pataleta de quien aún examina en la piel ajada las cicatrices profundas y amargas de un combate perdido. Los vencedores, en cambio, jamás persiguen la válvula de escape del exabrupto impotente. Y eso es todo, la rabieta lánguida de unos prosaicos y avariciosos tenderos de sencillo gusto musical. No merece la atención que le han dispensado medios como El Mundo, que es lo que venimos a atacar aquí.
Las consecuencias que encadenan al que ha perdido cien guerras y mil batallas persisten por siglos y moldearán en todos ellos su educación, su idiosincrasia, su lengua y su política. Ya lo decía Valle en La lámpara maravillosa:
«Cada lengua contiene el pasado de su gente, y la lengua francesa lleva en sí, con las notas de la carmañola*, los gritos de la agonía de un rey.
La lengua de un pueblo es la lámpara de su karma [...]
Toda mudanza sustancial en los idiomas es una mudanza en las conciencias, y el alma colectiva de los pueblos, una creación del verbo más que de la raza. [...] Los idiomas nos hacen y nosotros los deshacemos.»
Los hechos, cotejados uno a uno, cantan por sí mismos honestas arias de verdad:
A diferencia del «país de tenderos», el español es un pueblo ignorante y avergonzado de su historia. Y un pueblo privado de su historia equivale a un capitán privado de la rosa de los vientos, merced a las veleidades adversas de la Fortuna, a la inercia ciclópea de los acontecimientos. Los británicos evidencian día a día no estar privados de historia, porque contra España solamente les queda Gibraltar, el arranque pueril y las cicatrices amargas del derrotado.
Hagamos de la historia un estandarte de esta entrada. Transcribimos la arenga declamada por Bernardo de Gálvez (1746-1786) frente a las tropas españolas que realizarían el asalto final contra las posiciones británicas en Pensacola (Florida), en el contexto de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos (1775-1781):
«La hora de España está sonando y sus mejores hijos han de marchar hacia la victoria de sus armas. Muchos de vosotros habréis de morir, pero vuestro sacrificio no habrá sido en vano, porque la Patria habrá de rendiros honores y Dios habrá de recompensaros por la victoria con la infiel y enconada hereje, instigadora de todas las horas, traidora de todos los días, enemiga de todos los siglos, la pérfida Inglaterra. Sois vosotros a quienes se les ha encomendado el destino de España. ¡Ni un paso atrás, el pie siempre al frente, marcha de valientes, carga de vencedores!»
Madrugada del 8 de mayo de 1781
Martínez Láinez, Fernando, y Canales Torres, Carlos, Banderas lejanas. La exploración, conquista y defensa
por España del territorio de los actuales Estados Unidos, Editorial Edaf, Madrid: 2010, pág. 212
* Dejamos un vídeo de Youtube en el que podemos escuchar la carmañola, «canción y danza de la Revolución francesa, popular durante la época del Terror»:
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