domingo, 29 de mayo de 2011

«Mamihlapinatapai» o la virtud de la concisión


El célebre principio de economía lingüística anticipa que todo enunciado –unidad oracional mínima con significado pleno y sustentado en cierta información contextual– persigue transmitir la máxima información con los menos recursos posibles. En lo que podríamos calificar como teoría literaria, Borges pronunció un corolario a dicho principio que aplica a las composiciones literarias, los más complejos de los enunciados: «En las novelas hay mucho de inservible. Tienen que ponerle paisajes, digresiones, intervienen las opiniones del autor.» Este no viene a ser más que un corolario de una razonable conclusión de Horacio Quiroga expresada en su 'Decálogo del buen cuentista': «No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios». No pretendemos hacer aquí leyenda negra de la novela, sino ensalzar la virtud de la concisión expresiva en cualquier tipo de enunciado.

Jorge Luis Borges.
Horacio Quiroga.


Pues el mayor exponente –al menos así consta en el Guinness de los records, dice Wikipedia– de la economía lingüística humana, término cuya ambigüedad aconsejaría implantar el de ahorro lingüístico, no es otro que el apretado vocablo yagán «mamihlapinatapai». Según la definición que René Haurón recoge en A verdadera América, «mamihlapinatapai» viene a significar algo así como «mirar a los ojos de otra persona, con la esperanza de que nos invite a realizar alguna acción que ambos esperamos pero que ninguno se anima a iniciar». Las 53 sílabas que se requieren para expresar esta idea en castellano pueden resumirse solo en siete, aunque –eso hay que reconocerlo– en una sucesión de sonidos ciertamente difícil de articular. Líneas abajo se propone una adaptación más escueta y sencilla.

Muchos de los lectores de esta entrada tendrán el déjà vu de que esta palabra se parece profundamente a la expresión francesa «déjà vu», que alude a la «experiencia de sentir que se ha sido testigo o se ha experimentado previamente una situación nueva» (def.: Wikipedia). Sin duda, se trata de un déjà vu en tanto que «déjà vu» constituye otro ejemplo perfecto de economía lingüística. Por otro lado, su utilidad la ha convertido en un término enormemente exitoso en cuanto a difusión universal.

Grupo de indígenas yaganes. Casi extintos, llegaron a Tierra de Fuego hace 6.000 años. Nomadeaban en canoa y vivían de los productos del mar. Tomada de Icarito.
Tanto el acierto léxico como el ahorro lingüístico que supone la palabra «mamihlapinatapai» para la expresión humana hace conveniente que se incorpore a todas las lenguas que no dispongan de una voz equivalente. Pero no sólo por el acierto léxico y el ahorro lingüístico, sino también por la universalidad del hecho al que remite: ¡Que tire la primera piedra el que jamás haya sufrido un mamihlapinatapai!

Este vocablo se puede proponer como préstamo léxico en español con los siguientes usos: «he tenido un mamihlapinatapai imperdonable», «no es más que un mamihlapinatapai», «la impresión que me causa esta persona hace que a menudo sufra mamihlapinatapais», «los mamihlapinatapais me ponen enfermo». La palabra puede ser adaptada al castellano como «mamilapinatapai», siendo su plural «mamilapinatapais». Así mismo, en aras de una mayor economía lingüística y una mayor ligereza fónica, se proponen las adaptaciones abreviadas «pinatapai» y «lapinatapai», siendo sus respectivos plurales «pinatapais» y «lapinatapais». Personalmente, preferimos «pinatapai».

2 comentarios:

Evil Preacher dijo...

La concisión es virtud en el cuentista, lujo en el novelista y necesidad metodológica en el ensayista.

Movimiento 31 dijo...

Los novelistas no parecen muy dados a los lujos de la concisión. Los cuentistas, quizá haya que tacharlos de extremos burgueses, han colmado la concisión con esa aberración del microrrelato. Los ensayistas concisos son irredentos y, por ello, merecen librar del fuego sus textos. De los ensayistas inconcisos, mejor ni hablamos, ¿no?